La gran belleza.



El año termina con lo más parecido a una obra maestra que hemos visto esta temporada. La grande bellezza, con toda la italiana musicalidad de su título original, remite ciertamente a Fellini y a algunas de sus reconocibles formas, especialmente a La Dolce vita en lo que tiene de acidísima mirada a la coyuntura social de un país y de un momento. Sin embargo, la referencia al genio de Rimini quizá se agote antes de lo que parece, mostrándose desde el primer instante la evidente voluntad de estilo y originalidad de Sorrentino, nombre ya fundamental en el cine europeo.


Jep Gambardella, personaje para cuya encarnación ha parecido nacer el magnífico Toni Servillo, nos acompaña durante un recorrido tan incisivo como gozoso por entre los rincones de la ciudad más esplendorosa de Occidente. La mirada crítica y la ironía de este desencantado dandy y bon vivant, culto, socarrón, sinvergüenza, encantador y lenguaraz, le sirve a Sorrentino para transitar desde lo que en primera lectura funciona como una acerada crítica a la Italia de silicona y bótox propia del infame bunga bunga hasta una sincera, emocionante y hondísima reflexión sobre la nostalgia, el paso del tiempo, el amor, la amistad y la búsqueda de lo verdaderamente importante, ribeteado todo con una genuína humanidad y veraz ternura que terminan por alejar esta grande bellezza de la más cruda y desalmada dolce vita. Y como leit motiv y recurrente eco, una oportunamente lúcida, certeramente destructiva, irresistiblemente graciosa, sanísima y necesaria defensa del arte verdadero y de la belleza inmarcesible como auxilios esenciales para la vida frente a la superchería, la gratuídad, banalidad y tontería imperantes.


La rica y barroca puesta en escena de Sorrentino aprovecha las infinitas posibilidades de una deslumbrante Roma como pocas veces se ha visto en el cine (y esto es mucho decir), convertida la ciudad en escenario físico y simbólico perfecto para sus reflexiones, regalándonos una película de apabullante, hechizadora, incuestionable y grandísima belleza.

12 años esclavo

I

El año se abrió con la magistral e inequivocamente tarantiniana Django desencadenado y termina con otra memorable incursión fílmica en la profunda tiniebla de la sociedad esclavista norteamericana del XIX; Doce años de esclavitud muy distinta a la primera.

Así pues, es interesantísimo contrastar aquella atroz crónica de la desolación existencial que mostraba la desazonadora Shame y ésta, la siguiente obra de McQueen, para encontrar ciertamente todas las diferencias en el tono y la trama pero algunos inequívocos rasgos autorales en cuanto a semejanzas. Doce años de esclavitud pretende ajustar cuentas cinematográficas con la abominable práctica en la que se fundamentó el desarrollo económico del sur estadounidense en aquel momento y lo hace de forma tan noble como directa. Tan concienciada como trascendente. De ahí el doble valor del filme, como documento de los que tópicamente se significan como necesarios y como obra de cualidades estéticas incuestionables.

McQueen sabe extraer toda la indignada e indignate fuerza de un asombroso relato autobiográfico ilustrando cruda y explícitamente los episodios más brutales. A la vez, por otro lado, creará momentos de una belleza extraordinaria y genuina, abarrotados de una desarmante humanidad. La película, además, exhibe ese particular trabajo con la atmósfera propio de este realizador y que junto a lo propiamente visual, manifestado esto en esa prodigiosa fotografía que otroga una textura y color especial a todo, la composición de los encuadres y el trabajo con la planificación, siempre inusitados y expresivos, se relaciona igualmente con la incertidumbre, falta de previsibilidad y complejidad en la exposición de los hechos y las acciones, plantenándose en última instancia una película a años luz de lo convencional, tocada finalmente con la gravedad e importancia de las realizaciones mayores.

La labor de un elenco actoral inmenso, especialmente en el caso del protagonista Ejiofor y el camaleónico Fassbender, no deja de fascinar en cada una de las secuencias de esta inolvidable 12 años de esclavitud.


II

El coronel Lawrence acaba de ser destinado a Arabia. Peter O´Toole enciende una cerilla para dar fuego a Claude Rains y dice aquello de: It´s going to be fun. Corta al primer plano del rostro de Lawrence, que sopla para apagar el fósforo y luego, en una de las elipsis más arrebatadoramente hermosas del séptimo arte, plano general del desierto, con la solemne salida de un sol que está aupado a la gloriosa música de Maurice Jarre.

Esto, ni más ni menos, es cine.