Dos de aquí.

Caníbal de Martín Cuenca y La herida de Franco.

Títulos concisos, como las dos películas que nombran y descriptivos. Cine adulto, sabio y sobrio. Cine magnífico.


La primera coloca en su centro una figura extrema para desarrollar una trama absorbente y pausada, de pulcra y minuciosa construcción. No hay ni un plano, ni un encuadre, ni un movimiento de cámara que no sea preciso y necesario, todo fluidez y coherencia narrativa. Lejos de plantear una cinta de género aprovechando las tremendas apetencias culinarias del protagonista, Canibal, ya nos avisa desde el precioso póster, nos sorprende en su apuesta por un extraño y gélido romanticismo perfectamente sostenido por un fascinante uso del paisaje, tanto urbano como agreste, (maravillosa la luz invernal apergaminada de esa Granada detenida en el tiempo y la blancura cegadora de la nieve en Sierra Nevada) que actúará como metáfora, reflejo y prolongación del alma de los personajes. Portentoso el camaleón de la Torre en una obra en la que la sutileza del trabajo actoral será esencial. Y precisamente, es en esta circunstancia donde se fundamenta la grandeza de nuestra segunda película.


La herida es un filme en el que prácticamente todos y cada uno de los minutos de su metraje tendrán el primerísimo plano del rostro de Marian Álvarez como el único recurso argumental y expresivo, en una decisión de puesta en escena arriesgadísima aunque abarrotada de sugerencias estéticas y textuales que, felizmente, terminan por alcanzarse. De alguna manera, a uno le viene a la cabeza nada menos que la Juana de Arco de Dreyer como, quizá, forzada referencia. Sin embargo, al igual que en el caso de la Falconetti, serán los inefables ojos de una inconmensurable Álvarez la clave emocional de La herida, sugiriendo la alternativa y, a veces, simultáneamente aterrada, tierna, indefensa, desesperada, furiosa y confundida mirada de su personaje más que cien hojas de parlamentos en el guión. Por otra parte, huye acertadamente Franco de cualquier tremendismo y aspaviento y, de la misma manera que el filme anterior, hace de la contención un recurso que termina por persuadir y por implicarnos totalmente en sus difíciles y ásperas historias.