El caso Garci.

En Versión Española, uno de los escasos programas que saben elevarse desde la basura catódica imperante, Jose Luis Garci proclama que se retira o, mejor, como él mismo aclara, que no va a hacer más películas. Es interesantísimo el caso de Garci, quizá el más denostado de los cineastas patrios, en un claro ejemplo de acuerdo entre (la práctica totaliad de la) crítica, (buena parte del) público e, incluso, (cierta) intelectualidad. Entender cómo ha llegado a esta situación el primer director que ganó un Óscar para España nos habla de cómo funciona el cine nacional y da pistas sobre el curioso país en el que vivimos.

La imagen pública y común de Garci desde hace varios lustros se relaciona más o menos con la de un señor que pulula por las televisiones, periódicos y radios más reaccionarios proclamando su pasión por caducos y trasnochados esquemas estéticos, creador de un cine acartonado y fuera de su tiempo, producto de un autoconsumo complaciente por parte de una audiencia perteneciente a un espectro político claramente conservador al que él mismo, sin duda, debe de pertenecer. La primera cuestión es, ay, irrebatible, como algunas (no todas) de las impresentables compañías que escoge. El resto es rotundamente falso, interesadamente malintencionado, escandalosamente desinformado y perligrosamente tendencioso.

Por partes.

La desmemoria endémica y crónica de esta nación, no soy original en subrayarlo, tiende a construir verdades irrebatibles en base a una ignorancia supina respecto del pasado más reciente... en el caso del madrileño, se olvida su actividad como guionista y realizador a durante los 70 después de su paso por la crítica. Y es atendiendo a este primer Garci cuando algún lugar común sobre su ideología comienza a tambalearse. Así, como escritor cinematográfico su influencia inmediata son los Cahiers du Cinéma, jóvenes airados no precisamente derechistas. Por otro lado, nadie puede negar la clara intención metafórica y crítica con la dictadura de su guión para La cabina, junto a Mercero. Y, sobre todo, hay que revisar con cierta atención su debut en el largo, Asignatura pendiente, para terminar de entender el posicionamiento político de Garci al menos en este instante. Pero, como indico, claro, hay que haber leído esas reseñas, y hay que haber visto el portentoso corto protagonizado por López Vázquez y la sentida crónica de un tiempo que supone el filme antedicho. Centrémonos, de hecho, para terminar de aquilatar esta cuestión, en Asignatura pendiente. Como se dijo en el coloquio televisivo, Garci y su co-guionista, José María González Sinde, padre de Ángeles, tampoco sospechosa de transitar por la carcundia, en pleno 1977 y antes de la legalización del PCE y de la erradicación de la censura, coloca a un par de comunistas como fuguras centrales de la narración. Efectivamente, con voluntad de cronista de unos nuevos tiempos en los que vive y sobre los que se sitúa indudablemente, Garci será el primero en hablar de ciertas cosas en nuestro cine en un momento en donde la transición se está simplemente ensayando. Pero, alejándonos de sus iniciales pasos como cineasta aunque sin abandonar esta senda... ¿No es Las verdes praderas un ataque a los códigos de comportamiento de la nueva burguesía post franquista que no duda en asumir los usos capitalistas americanos?¿No es Volver a empezar un canto desde el homenaje más sincero al exiliado?¿No anticipa de forma lúcida el maravillosamente escrito e interpretado diálogo de El Crack 2 entre Landa y Fernández la cuestión tan actual del ominoso poder en la sombra que maneja gobiernos y sistemas?¿No muestran You are the one y Tiovivo la profunda oscuridad, la anulación vital e intelectual y la ignominiosa represalia del periodo más oscuro de la dictadura?¿No nos estremece el inhumano abuso del poder caciquil de principios de siglo que tan crudamente se nos plantea en Luz de domingo? ... ¿este es un director facha?.

En otro orden de cosas, el elemento que termina de apuntalar la animadversión congénita hacia Garci parte del rechazo que suscitan las mimbres cinematográficas que maneja para cofeccionar su cine. Y aquí es donde hay que intentar ir un poco (sólo un poco) más allá de las apariencias para advertir lo tremendamente exclusiva y atrevida por arriesgada (ahora me explico) de su propuesta. Él mismo lanza a los cuatro vientos el origen confeso de su cultura y formación cinematográfica: los USA, con la meridiana e invisible claridad de su sistema visual y sus desarrollos temáticos y sentimentales. Así pues, en el modo en que las lecciones de la narrativa clásica americana han sabido ser hibridadas por Garci con lo que sea que llamemos "hispano" está la clave de su personalísima y, enfaticemos, autoral mirada.  De esta manera, un destilado de rasgos culturales muy "nuestros" (sainete, tipos populares, picaresca, Galdós, Berlanga antes de Azcona, etc, etc) y siguiendo la senda de un lejano y admirable cine español, con Neville y Perojo a la cabeza, se mezclan con lo americano de manera tan eficaz como un Dry Martini confeccionado por Buñuel. A ello, hemos de sumar su profundísimo amor por el actor y sus posibilidades, moldeando Garci el trabajo de los mismos como el escultor la arcilla, con una sutileza y un manejo de las inflexiones y las pausas modélico, aprovechando admirablemente además la fertilísima veta de la escuela española de secundarios, y ahí están para demostratlo los y las Landa, Sacristán, González, Villén, Hipólito, Faltoyano, Casanova (¿qué fue de esta maravillosa actriz?)... Y de todo esto la profunda eficacia narrativa del cine de Garci, junto a su esencialmente reconocible y empática carga emocional... ¿Hay escena más emocionante en el cine español que diálogo resuelto en plano/contraplano entre Ferrandis y Bódalo en Volver a Empezar?¿Hay algún personaje de reparto tan meomorable como el que incorpora el portentoso Miguel Rellán en los dos Crack?¿Hay escena más profundamente emotiva que el diálogo entre el médico Landa y la Madre Superiora Faltoyano en ese prodigio de la luz que es Canción de cuna separados por la reja de la clausura, sostenido todo con leves jirones de diálogo y miradas?

La cuestión, claro, es cómo encaja en el cine español desde la transición a aquí un modelo cinematográfico como el de Garci, teñido de melancolía, referencias literarias de primer orden, profundo romanticismo y emotividad sentimental (no sentimentaloide). Y la respuesta, que explica el caso Garci, es que muy a duras penas. Así, en la segunda mitad de los 70, la filmografía hispana se desarrolla, grosso modo, desde las vías de sonrojantes comedietas de cuyos nombres no queremos acordarnos (eso sí era cine casposo), la justificada y fascinante experimentación y el necesario ajuste de cuentas con el pasado a cara de perro. Aquí, Garci, cronista amable de la transición, no encontrará sitio. En los 80, tendremos la comedia urbana sofisticada con sus variantes más o menos gozosas. Ahí tampoco. En los últimos años, las ambiciosas revisitaciones de los géneros comerciales y el cine comprometido a pie de calle. Menos todavía. Además, en una arriesgadísima y, diríamos, combativa opción, la obra de Garci en estos últimos años ha partido de bases decididamente tradicionales (que no tradicionalistas) reduciéndose sus herramientas expresivas a un minimalismo evidente, contrastando todavía más con los ajetreos de montaje vertiginoso de los imperantes aquelarres llevados a cabo en días bestiales (por cierto, que al enérgico De la Iglesia y a su perspicacia debemos uno de los pocos comentarios positivos y realmente clarividentes al respecto de Garci cuando, nominado junto a éste a los Goya, indicó que You are the one era una película "valiente" para los tiempos que corrían). El desapego actual hacia el cine de Garci constata la verdadera dictadura del gusto que en el cine español se ha (no voy a escribir había) impuesto por parte de una unívoca manera de entenderlo, tremendamente intolerante con quien no comulgaba con las lecciones del último y desgarrado drama verista de hondo interés social, género este que, hay que subrayarlo, ha desarrollado ya manierismos tan exasperantes como los de cualquier moda de la que se abusa.

O sea que Garci va por libre, mostrando una fe casi heróica en su punto de vista, en su cine, siempre único, particular y a contracorriente, desde la más provocativa de las opciones hoy día, esto es, la clásica. Y ya sabemos lo que suele ocurrir por aquí con los que rompen consecuente e informadamente con el lugar común, la tendencia, el discursito construído o los estatutos del partido (y esto sin que sirva de justificación de los que enarbolando la bandera del librepensamiento enmascaran repugnantes nostalgias políticas y morales). De esta manera, a Garci le ha pasado lo que a su Conde de Albrit de El abuelo... como no se sabe muy bien qué hacer con él, de cabeza al ostracismo vía encierro forzoso en un convento premostratense.

Paisajes.



En A propósito de Llewyn Davis los Coen consiguen otorgar al pasado reciente de los Estados Unidos, un pasado cercano en lo sentimental, lo cronológico y lo audiovisual, una suerte de resonancia mítica y trascendente, de forma que este arranque de los 60 en el Greenwich Village neoyorkino constituirá un escenario histórico revisitado (en oportunamente dylaniana expresión) a la búsqueda de lo que luego vino y terminó por quedarse. Así, en la fascinante visualización y musicalización de esta Arcadia bohemia nada feliz que a través de la mirada de los hermanos adquiere una consistencia onírica lechosa y turbia, los Coen aciertan de pleno cuando, para articular una de sus habituales reflexiones pesimistas al respecto de los comportamientos humanos, reparan no en la risueña faz del triunfo sino en la muy cinematográfica figura del perdedor. Llewyn Davis, doliente cantautor folk, loser en toda regla, se hace desde este mismo momento merecedor de un hueco en la lista de grandes personajes del cine. Cargado con su guitarra y su fe en sí mismo, a la busca perpetua de un gato aventurero y una oportunidad, conseguirá que terminemos por estar convencidos de que la vida se ensaña injustamente con él y más después de oír lo maravillosamente bien que interpreta sus canciones.

La genialidad de los Coen sigue manifestándose palmariamente aquí, maestros absolutos del tempo fílmico y del uso de la sugerencia, la elipsis y el enigma como motor narrativo, donde nunca se termina de saber cómo y por qué se resuelven las situaciones, creando atmósferas y personajes fascinantes, tal es el caso de ese dantesco viaje a Chicago al encuentro de un mefistofélico promotor musical, prodigiosa separata de la trama neoyorkina y portentoso ejemplo de construcción del paisaje como estado de ánimo. Y hablando de eso, Agosto. Condado de Osage. Teatral en la mejor acepción del término, supone la enésima reflexión al respecto de la familia, esa tan disruptiva como insustituible reunión de gentes, con ocasión de un funeral. El hecho de que sea una de las mejores que se hayan visto, al menos recientemente, tiene que ver con tres evidentes razones; el gigantesco texto de Tracy Letts, dramaturgo y guionista, la inconmensurable labor de los actores, en verdadero estado de gracia y la invisible y fluída puesta en escena de John Wells. Meryl Streep ya no tiene nada que demostrar pero todo, aún, que decir. Verla estar es un privilegio para los sentidos y un regalo para la inteligencia. A su lado, manteniendo el tipo, una Julia Roberts que está envejeciendo con una elegancia, clase y serenidad pasmosas para la aspaventosa e irritante pretty woman de antaño.