Puro deleite.

El Gran Hotel Budapest le pone a uno en la cara una sonrisa boquiabierta en en el mismo arranque y ya no desaparecerá hasta un final que se desearía hubiera llegado varias horas más tarde. La nueva joya de Wes Anderson no sólo es buenísima es, además, una delicia, una gozada, un disfrute, una auténtica maravilla del deleite y del divertimento. Se citan las referencias a Stefan Zweig en el origen literario de la película pero más bien creo que la mención al austriaco proviene de situar la descacharrante trama en la Europa de entreguerras y también del trazo inicial de algunos presonajes, en tanto todo aquí es puro y reconocible Anderson.

De este modo, el tejano construye con su acostumbrada estilización visual y sofisticado artificio de estudiadas composiciones cerradas y travellings laterales un país alpino imaginario en tonos pastel, donde el secesionismo vienés, el diseño racionalista soviético, las maquetas de funiculares y trenes y las sombras chinescas conviven armosiosamente gracias a un sublime trabajo de diseño de producción y fotografía que consiguen colmar de gracia cada fotograma. Y si arrebatadoras son todas las opciones plásticas de la película, irresistibles se conformarán sus vertiginosos diálogos, delirantes y francamente graciosos, recitados en todos los tipos posibles de inflexiones del inglés y con la cadencia de la gran y altísima comedia, por un colosal grupo de actores sobre los que destaca un estratosférico Fiennes. Por último, el endiablado ritmo que Anderson impone a este Gran Hotel Budapest suguiendo la pauta del slapstick y el dibujo animado, termina por convertir la narración en una montaña rusa en donde todo encaja y todo funciona. En donde todo encanta.

El mimo con el que se ha horneado esta dulcísima filigrana de repostería cinematográfica lleva a que disfrutemos saboreándola como si se tratara de una deliciosa tarta sacher, devolviendo al espectador adulto el gozo primario de aquéllas comedias descubiertas en las tardes dominicales de la infancia y venían a alegrar la vida. Una película que, conforme finaliza, se está ya deseando volver a ver.

Van the man.

              
The Last Waltz. Martin Scorsese. 1978
Van Morrison. The best voice ever?

Pioneros.


En el Museo Thyssen tenemos ahora una de esas exposiciones absolutamente fundamentales, dedicada en este caso a Cézanne. La muestra, con la justificación argumental de la vinculación entre obra y entorno y una cuidadísima selección del comisario Guillermo Solana,  el señor que más sabe de pintura postimpresionista en este país, supone una privilegiada oportunidad para empaparse un poco con la grandeza artística de este coloso.

Así, entre la tenue iluminación del pequeño conjunto de salas color salmón, nos perderemos paseando con Don Pablo por los bosques de Aix-en-Provence, transitando gozosamente por las sendas que desbrozaron sus preclaras ideas sobre el fin último de la pintura como medio para llegar a aprehender la condición última de lo que constituye la realidad, cuando la fotografía se había ya instalado definitivamente como recurso para reproducir la misma sustituyendo además una caduca tradición que, por otro lado, había que esforzarse por desmantelar. Arte pictórico como vía de reducción a la esencia, usando para ello lo que supone la base misma de la disciplina; el color. Un color que ya no se somete a la esclava misión de representar una superficie de manera eficazmente ilusoria sino que se erige por derecho propio como fundamento de la expresividad, un color que se muestra explícitamente puro y sin degradados claroscuristas, que ya no se entretiene con el juego atmosférico que generan las luces y las sombras, un color, por último, desde el que se va construyendo la figura aplicado en pinceladas tan apretadas y precisas que parecieran sillares de un muro románico.

De esta manera, las vistas de la montaña de Santa Victoria, los retratos de la señora del artista,  los jugadores de cartas, las rotundas bañistas y las frutas de los bodegones, esas frutas de Cézanne sin las cuales todo sería muy distinto, finalmente, se cosifican solidificadas, reducida la naturaleza a la yuxtaposición de unas eternas formas geométricas que encajan las unas sobre, entre y desde las otras en un puzzle plano que es radiografía del mundo y que transforma el lienzo, en un desafío sin parangón en la historia del arte occidental, en una superficie donde las cosas se pueden exponer en todas sus dimensiones existentes.  Cézanne, por lo tanto, llegará a una de esas conclusiones que cimentaron la modernidad, como es que la tradicional perspectiva monofocal es un estorbo en su dictadora reducción al único punto de vista de cara a convertir los cuadros en “ventanas abiertas al mundo” como querían los ideólogos del Renacimiento. De ahí los platos de manzanas recortados sobre mesas de ¿incogruentes?  disposiciones espaciales y, con ello, el radical desafío que Cézanne arrojó a la cara de su época, equiparable en potencia a la fe que siempre profesó en su opción pictórica… en su “manera de ver las cosas”. A los cubistas ya solo les faltaba apretar un poco la tuerca para terminar por romper amarras con el pasado y de ahí, en vuelo directo sin escalas, inventar la modernidad.

Acercarse al Thyssen estos días es un claro recordatorio de que siempre alguien ha de ser el primero.


Paul Cézanne. 
Mont Sainte Victoire. c 1904. Cleveland Museum of Art.
Donde todo comienza.

Los Oscar del 14

Día de películas y peliculeros. Día curioso en el que las crónicas reparten el mismo tiempo entre el frívolo análisis de la chorrada y el merecido homenaje al talento. Tras la entrega esta madrugada de los vilipendiados, anhelados y mitificados Oscar hoy es un día consagrado al cine.

Este ha sido un buen año. Ciertamente, los títulos que se han convertido en los protagonistas de esta edición, suponen un grupo de excelentes filmes. Repasando los rutilantes ganadores nos ocuparemos de algunas grandes películas no mencionadas hasta ahora por estos pagos y ahondaremos en lo dicho sobre las ya comentadas. Así, todo se ha resuelto entre las muy distintas Gravity y 12 años de esclavitud. Ello ha conllevado dejar fuera a las absolutamente portentosas Nebraska y El lobo de Wall Street y a las magníficas A propósito de Llewin Davis y Agosto. No he visto todavía Her ni Dallas Buyer Club. Respecto de las "perdedoras" y, comenzando con El lobo de Wall Street, qué decir de una película que comienza con un concurso de lanzamiento de enanos y que, de ahí, va hacia arriba. Scorsese en estado puro, esto es, el mejor pulso narrativo del cine de los últimos 30 años, nervio, descripción despiadada de ambientes, irresistible juego con la enunciación y ritmo endiablado para un hipnótico y adictivo retrato de la repugnancia moral propia de los que montaron las vías que han llevado la locomotora al precipicio. No he visto, como digo, al Mac Conaughey de Buyers... pero ya puede estar bien para haberle quitado de las manos a un inconmensurable DiCaprio el premio (por cierto, que la sorprendente reinvención del antaño guaperas Mac Conaughey se tremina por acrisolar en la obra por la que ha ganado, pero ya nos fue avisando en la poderosa Mud y nos termina por dejar absolutamente boquiabiertos precisamente en El lobo, con una escena de diez minutos mano a mano con DiCaprio que es toda una lección de interpretación). Me siguen gustando algo más The descendants y Entre copas que Nebraska, de Alexander Payne, quizá porque considero que los guiones de éstas, de su propia autoria, son más redondos, lo cual no impide que su última realización sea una inmensa película. Bruce Dern arrastra su maltratado esqueleto en pos de una quimera con forma de premio falso de lotería por un deprimente paisaje humano y geográfico, de forma que algúna leve y veraz llamada a la ternura, y unas punzadas de acidísimo humor, no terminan de mitigar las infinitas desolación y tristeza, focalizadas en los ojos blanco y negro de Dern, que emanan de esta cinta.

La gran estafa americana, que también se ha ido de vacío, ha sido la gran maltratada del grupo de cabeza. Sin alcanzar la grandeza de las previas, es una divertida, muy eficaz y muy malévola película, como es todo el cine de O´Rusell. En verdad, en el caso de El lado bueno de las cosas había algunas concesiones a la convencionalidad más ramplona en el tercio final, pero los diálogos, las situaciones y el perfil de los personajes que la poblaban, como en el caso de esta última son, cuando menos, sorprendentes y estimulantes. A mi me gusta mucho La gran estafa... especie de reverso surrealista y bobo de El lobo de Wall Street y no creo que O´Rusell sea flor de un día. Por lo demás, los cuatro protagonistas están sencillamente inmensos en registros muy distintos. 

Las chicas ganadoras. Creo que cualquiera de ellas ha brillado a una altura incuestionable. La fragilidad desequilibrada y la mirada esquiva de Blanchett en la áspera Blue Jasmin la han colocado en cabeza pero Amy Adams lleva ya algunos años demostrando de a dónde puede llegar, Judi Dench aporta una tonelada y media de humanidad en la preciosa Philomena y ya dejé dicho por aquí lo que me parece la labor de Sandra Bullock en Gravity. Y Meryl Streep... pues eso, creo que ya la han nominado 18 veces. Y me parecen pocas. Lupita Nyong´o en 12 años... nos rompe el alma en una intensísima y visceral intrepretación que ha desbancado a ese prodigio que es Jennifer Lawrence. El resto de secundarias, quizá por debajo de ambas excepto en el caso de Julia Roberts.

Me alegro mucho de que el Oscar a La gran belleza confirme que estamos ante una de las mejores películas no sólo de este año sino de muchos, por delante y por detrás. Ver a Sorrentino con Jep Gambarella a su lado, dedicando el Oscar a Fellini, a Roma y a Maradona fue uno de los mejores momentos de una gala muy divertida y ágil, merced a la conducción de la magnífica DeGeneres, gala que, tras muchos años de frustrante codificación, este año he podido disfrutar en directo.

Por último, negarle a Gravity los premios técnicos hubiera supuesto un despropósito que ni el menor de los avisados podía suponer. Igualmente, se barruntaba que la gravedad y profundidad del tema de 12 años, junto a sus indiscutibles méritos cinematográficos, la colocaba en un lugar destacado para llevarse el gato al agua en cuanto a mejor película frente a una de ¿ciencia ficción?. Pero los que en nuestro poso emocional y educativo, obras como Blade Runner, 2001 o Cosmos, ocupan un lugar de excepción y entendemos que entre otras muchas cosas, el cine es el espacio natural del ensueño, tenemos ya una deuda impagable con la obra maestra de Alfonso Cuarón.


Peliculeros.