La divina academia.

Con cada nuevo filme, José Luis Guerín sabe dar un último y afortunado giro en la tuerca de la experimentación cinematográfica. Sus fructíferas búsquedas borran las fronteras entre géneros, desestabilizan convenciones e investigan con nuevas formas revelando el barcelonés un talante creativo caracterizado por la franca curiosidad y el inconformismo sagaz antes que una voluntad destroyer autocomplaciente y cargante. Un indispensable.


Su última creación se titula La academia de las musas y es una delicia. Más que un falso documental, hay que enfrentarla como una ficción poblada de intérpretes que hacen de sí mismos para proponer un scherzo en el que más allá del torrente desbocado de palabras que inundarán la cinta desde toda suerte de retóricos parlamentos al hilo de debates académicos, disquisiciones estéticas y discusiones literarias, el desarrollo de un sutilísimo empleo del montaje nos posibilitará acceder al sentido final de la historia. La puesta en escena, aquí, descubre entre la cháchara incesante la expresiva languidez de un gesto, una boca abierta y fascinada, el sesgo acusador de una mirada, la malograda expectativa de una respuesta, el indicio incierto del deseo... poniendo de relieve la sutil urdimbre del tejido con que se confeccionan las relaciones humanas.

Esta divina academia, gineceo multilingue y sensual, convierte las distintas formas de la seducción (la seducción que implica cualquier acción docente, la seducción intelectual, la seducción galante y, por qué no, la seducción cinematográfica) en un juguetón leitmotiv que fundamenta, finalmente, una preciosa reflexión sobre la inasible naturaleza de nuestras dulces enemigas.

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